miércoles, 12 de enero de 2011

El último abrazo

Javier Bardem en Biutiful



El tio Boonmee que recuerda sus vidas pasadas


Un ser humano se entera que tiene una enfermedad incurable y que le queda poco tiempo de vida, la cual cambia drásticamente mientras el espectador observa los actos, emociones y pensamientos del protagonista en sus últimos momentos. ¿Cuántas películas con una trama parecida hemos visto? Muchas, seguramente. Ahora, ¿de cuantas nos acordamos?

Desde que existe el arte, este tema ha sido tratado por muchos y desde un sinfín de puntos de vista. Han resultado obras maestras intemporales y dramas mediocres y lacrimógenos. Seguramente hemos preparado nuestros pañuelos antes de ver los dramas románticos hollywoodenses tipo Un otoño en Nueva York o Dulce noviembre, ambos basados en guiones similares donde una mujer joven, llena de pasión por la vida, logra cambiar la de un hombre rico y atareado con una existencia superficial. Hasta sus títulos otoñales, estación asociada con la muerte en muchas culturas, se parecen. En ambas cintas, las dos protagonistas, sabiendo su muerte ineluctable y próxima, se dedican a cambiar la vida de los demás, como si fuera una misión divina.

Isabel Coixet exploró este tema en varias de sus obras, principalmente en Mi vida sin mí, donde una joven de 23 años a la que le quedan dos meses para vivir prepara su pasaje al otro lado, sin avisar a ninguno de sus seres queridos, dejando por única despedida mensajes grabados a cada uno de ellos. La directora catalana también realizó el segmento Bastille de la compilación de cortometrajes Paris, te amo, que narra la historia de un hombre a punto de dejar a su esposa, cuando ella le dice que tiene cáncer en fase terminal. La cinta retrata el proceso de re-enamoramiento que vive este marido mientras la cuida en sus últimas semanas de vida.

La muerte cercana de un hombre de edad más avanzada ha permitido a varios directores brindarnos una reflexión sobre la manera de llevar su vida: Ingmar Bergman en Fresas salvajes, Denys Arcand en Las invasiones bárbaras y Akira Kurosawa en Ikiru (Vivir) –sin duda una de sus mejores películas-, describen cada uno a su manera los últimos días de hombres comunes.

La pantalla grande está actualmente bombardeada de películas con enfoque tanatológico. Hace un mes pudimos ver en cartelera la adaptación de la novela de Paulo Coelho, Verónika decide morir, otra variación sobre el mismo tema. Hace dos semanas se estrenó la comedia romántica mexicana Te presento a Laura, cinta cuyo guión escribió la propia protagonista, Martha Higareda, representando a una joven de 23 años que conoce el día exacto de su muerte. Al igual que la bucket list de Jack Nicholson y Morgan Freeman en Antes de partir, Laura tiene una lista de 10 cosas que hacer antes de morir. Nada original pero un éxito de taquilla probable.

La programación del último Festival Internacional de Cine de Morelia nos ofreció, al menos, dos reflexiones distintas en la forma y en el fondo sobre la muerte inminente e irremediable del protagonista: Biutiful, el melodrama de Alejandro González Iñarritu (todavía en cartelera) y El tio Boonmee que recuerda sus vidas pasadas del tailandés Apitchatpong Weerasetakhul, recién ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Esta última generó admiración e incomprensión a la vez. Una amiga me dijo al salir de la sala oscura: “Me gustó mucho pero no entendí nada. ¿Me podrías explicar de qué se trata?” Sin embargo, mi cinefilia tiene sus límites y le contesté que no tenía las llaves de esta película surrealista y enigmática, por lo menos vista con nuestros ojos occidentales. El tío Boonmee, padeciendo una enfermedad de los riñones, busca su identidad a la hora de su muerte. Aparece el fantasma de su esposa a la mesa de la cena, seguida por su hijo que regresa de los muertos bajo la forma de una criatura simiesca e inquietante. Elipsis metafóricas nos narran los mitos y las leyendas orientales sobre la reencarnación. Boonmee termina su búsqueda con un viaje a los adentros de una cueva para descubrir qué o quién fue en sus vidas pasadas, no sin haber dado antes un último abrazo al fantasma de su esposa.

La paz y el misterio de la cinta tailandesa contrastan con la Barcelona babélica retratada en Biutiful. En la cuarta y más personal película del realizador mexicano, Uxbal intenta poner orden en su vida y hacer las paces con las personas que le rodean antes de morir, aunque desde la butaca intuimos que el caos de su vida no lo va a permitir. Por eso Uxbal, interpretado por Javier Bardem, naturalmente rechaza en un primer momento la idea de su muerte cercana. Después de haber aceptado hasta cierto punto lo irremediable, intenta componer la relación destructiva y ya destruida con la madre de sus hijos, de ayudar al prójimo para alivianar el peso de su conciencia, y de cuidar lo más precioso que tiene: sus hijos. Finalmente, se despide con el ensueño del padre joven que nunca conoció ofreciéndole un último cigarro a modo de abrazo.

La conciencia y el rechazo a la muerte que tienen los humanos son quizá lo que más nos diferencia de los demás animales (seguramente más que el lenguaje, el desarrollo del cerebro o el uso de herramientas). Abordar cinematográficamente un tema tan universal implica varios retos: el de no caer en el sentimentalismo barato aprovechando la fácil identificación del espectador con un personaje moribundo y el de ofrecer una visión original sin plagiar obras anteriores. Sin embargo, cada reflexión sobre la muerte nos remite al reflejo de nuestra inminente partida.

El Yo accede a su especificidad y a su trascendencia integral solamente bajo la forma del Yo que muere, decía Georges Bataille. En una sociedad donde cada vez más tratamos de eludir el enfrentamiento con nuestra mortalidad, estas películas nos la recuerdan, haciéndonos algunas preguntas como: ¿qué haría si supiera que me he de morir mañana?, ¿quién concluirá las cosas que dejo inacabadas?, ¿a quién daré el último abrazo?



Publicado en Letras de Cambio el 21 de noviembre 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario