lunes, 31 de enero de 2011

El plano secuencia: el cine sin corte

Expiación de Joe Wright


Elephant de Gus Van Sant



Además de ser generalmente un ejercicio de alta precisión y a veces una hazaña técnica, el plano secuencia es una herramienta que puede lograr efectos visuales y narrativos impresionantes.


El arte cinematográfico, tal como lo conocemos, se basa en gran parte en el montaje, es decir, en el arte de escoger y juntar varios planos que forman secuencias, las cuales se ordenan para constituir un filme. Sin embargo, las primeras películas de los hermanos Lumière no tienen ningún corte: son lo que hoy llamamos planos secuencia, que pueden durar de 10 segundos hasta dos horas.

Algunos años después de la invención del cinematógrafo, los cortometrajes de Georges Méliès fueron los primeros donde aparecieron cortes, los cuales no fueron hechos en la edición sino directamente con la cámara. Así fue como se crearon los primeros efectos especiales de la historia del cine, haciendo por ejemplo desaparecer personajes de la pantalla. Al final de los años veinte, la mayoría de las teorías y practicas de edición que usamos hoy en día ya se habían inventados gracias a los aportes de D.W. Griffith en los Estados Unidos y de Kuleshov, Pudovkin y Eisenstein en Rusia.

Si la edición permite un sinfín de posibilidades en la narración, el plano secuencia ofrece también muchas posibilidades. Al principio de una película, sirve para plantear el universo donde se van a mover los personajes. Un ejemplo mítico es el plano que abre Sed de mal de Orson Welles. Asimismo, el plano secuencia al principio de Boogie nights nos presenta de manera embriagadora el universo disco de los setenta así como los principales personajes de la película.

El plano secuencia en movimiento ofrece también la facultad de involucrar más al espectador en la historia, ya que éste se vuelve un personaje del filme que acompaña a los personajes. Los planos secuencias de Gus Van Sant en Elephant transforman al espectador en testigo privilegiado de la masacre en la preparatoria de Columbine.

El director francés Michel Gondry se ha vuelto experto en el uso de planos secuencias en traveling, sobretodo en sus videos musicales para artistas como Radiohead, Massive Attack, The White Stripes o Kylie Minogue. Asociando estos planos con efectos visuales, Gondry supo crear una estética muy personal que podemos observar en la hermosa cinta Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Asimismo, el plano secuencia permite describir una acción en tiempo real. Time code de Mike Figgis es una película grabada en tiempo real por cuatro cámaras que siguen a varios personajes cuyas trayectorias se entrecruzan. La pantalla esta divida en cuatro y el espectador puede seguir lo que esta ocurriendo en cuatro lugares distintos mientras se escucha el sonido de una u otra de las escenas.

La tecnología digital actual permite cosas con las cuales soñaban los directores de antaño, principalmente contar con una cámara ligera que pudiera manipularse con facilidad y tener un soporte que permita grabar horas sin tener que parar para cambiar el rollo cada 10 minutos. En el 2000, El arca rusa de Aleksandr Sokúrov fue grabada en una sola toma de 90 minutos adentro del Museo del Hermitage de San Petersburgo. Este ejercicio se aparenta a la coreografía de un ballet, donde cada movimiento de cámara y de actores tiene que ser milimetrado y cronometrado para que la obra fluya. Estas tomas necesitan generalmente muchos ensayos. En este caso, 22 asistentes de dirección apoyaron al director ruso durante varios meses para dirigir a los 800 actores y a las tres orquestras.

En 1948, Alfred Hitchcock había ya realizado la primera película aparentemente compuesta de un sólo plano. En La soga, para disimular el cambio de rollo, la cámara pasaba por un lugar oscuro cada diez minutos, manteniendo así la impresión de continuidad. Sin embargo, la mayoría de las películas contienen cientos de planos, a veces hasta más de mil, sobre todo en las cintas de acción o de suspenso hollywoodenses. La adaptación de Stephen King de The mist tiene mil 292 planos, lo que significa un cambio de plano cada 5.4 segundos.

El plano secuencia también puede ser fijo. El arte experimental ha utilizado este recurso para producir unas rarezas como las famosas anti-películas de Andy Warhol: Sleep, donde el artista pop grabó a su amante durmiendo durante cinco horas, y Empire, plano fijo del Empire State Building de noche, que dura nada menos que ocho horas. El aburrimiento y la dificultad para visionar la obra eran parte de la experiencia, por lo tanto Warhol nunca aceptó que se proyectara una versión corta de la obra.

Asimismo, el director sueco Roy Andersson recurre mucho a este medio para mover a sus personajes en universos inmóviles, como si fueran parte de un cuadro. Su película surrealista Canciones desde el segundo piso del 2000 es compuesta de unos cuarenta planos fijos que le brindan un ritmo y una estética inimitables.

La inmensa mayoría de los espectadores no se dan cuenta del tipo de planos utilizados cuando están viendo una película y qué bueno, ya que si fuera el caso, la magia del cine dejaría de funcionar. Sin embargo, ojos de cineasta pueden detectar la presencia de un plano secuencia bien logrado. Recientemente, dos películas hermosas nos ofrecieron planos secuencias que seguramente quedarán en la historia.

En Expiación del británico Joe Wright, la cámara sigue a James McAvoy en soldado inglés que está esperando su evacuación en la playa de Dunkerque. La verosimilitud, los movimientos de cámara y la presencia de 2 mil extras dan a esta escena una profundidad pocas veces vista. De igual forma, en la película argentina ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 2010, El secreto de sus ojos, la post producción permitió juntar tres planos (uno desde un helicóptero, otro con una grúa y el ultimo con cámara al hombro) en un plano secuencia memorable, situado en un estadio de fútbol.

Algunos planos secuencias entraron en la leyenda del cine, generalmente por su impacto visual y su virtuosismo. Representan uno de los recursos narrativos más expresivos y plásticos que hay en el lenguaje cinematográfico y no es coincidencia si los mejores directores del séptimo arte (Welles, Scorcese, Antonioni, Kubrick, Kiarostami o Tarkovsky, entre otros) lo han empleado de maneras tan diversas.

Publicado en Letras de Cambio el 16 de enero 2011

martes, 25 de enero de 2011

El cine en el cine: la cámara espejo


Brigitte Bardot y Michel Piccoli en El desprecio



Ocho y medio


Desde la invencion del cinematógrafo, algunas películas han retratado el mundo del cine para alimentar su propia leyenda o para ofrecer una reflexión crítica sobre el medio de la producción cinematográfica.


En los primeros años del séptimo arte, el cine empezó a mirarse en el espejo. A partir de 1910, películas cortas burlescas mostraban ya las dificultades y peripecias para hacer una película. El cine mudo ofrecía una visión muy optimista, como el sueño hollywoodense retratado en Espejismos de King Vidor en 1928, donde una mujer joven logra volverse estrella de cine.

A partir de los años 30, la mirada se vuelve más crítica. En 1932, Hollywood al desnudo retrata la ascensión de una camarera a la cumbre de la fama mientras observamos a un director de cine caer cada vez más en su alcoholismo y en sus desilusiones. En Cautivos del mal de Vicente Minelli, Kirk Douglas interpreta a un productor tiránico y manipulador que sacrifica todos sus principios por el cine. Esta cinta de 1952 denuncia la crueldad de un mundo basado en el dinero y la apariencia. El mismo año se estrena Cantando bajo la lluvia, el famoso musical que refleja la dificultad de la reconversión de los actores del cine mudo al cine hablado.

En los años 60, la Nueva Ola francesa, compuesta de cineastas que eran antes que todo críticos de cine, ofreció una reflexión moderna sobre el tema. Truffaut dirigió La noche americana en la cual actuó también en el papel de un director que trata de mantener en pie un rodaje caótico. Se llama “noche americana” al procedimiento que permite grabar de día y fingir que es de noche gracias a algunos filtros puestos en la cámara, y el título de la cinta delata la falsedad de un mundo basado en semblantes y caprichos de estrellas egocéntricas. Esta película es a la vez un canto de amor al cine y una crítica hacia la superficialidad de este medio. Se considera también un manifiesto de la Nouvelle vague en el sentido que anuncia el fin de las películas grabadas en estudios y el principio de un cine grabado en las calles, más cercano a la gente, en sus técnicas y en sus discursos.

El otro maestro de la Nueva Ola, Jean-Luc Godard, dirigió la cinta El desprecio, una reflexión sobre las dificultades del artista en el mundo moderno al mismo tiempo que la crónica de la destrucción de una pareja. Un productor encarga a Fritz Lang, quien interpreta su propio papel, dirigir una adaptación de la Odisea de Homero; descontento con el guión, el productor encarga a un escritor (Michel Piccoli) reescribirlo. Este último está casado con la joven Camille (Brigitte Bardot) y la historia de los dos protagonistas se va a entrecruzar con la de Penélope y Ulises. El director de Sin aliento celebra en esta cinta su amor por el cine de una manera simbólica que se acerca a lo sublime.

Aunque algunos ven en Ocho y medio de Fellini una obra autobiográfica casi narcisista, no podemos negar que esta obra entró en la leyenda del séptimo arte. Marcello Mastroianni es Guido Anselmi, un director que tiene que lidiar con una profunda crisis creativa, al igual que Fellini, quien encontrará en sus recuerdos y fantasías la solución ultima para resolver su crisis existencial y poder ofrecer al espectador una obra única, profunda y mágica.

Los hermanos Coen, quienes estaban sufriendo del bloqueo del escritor al igual que Fellini para Ocho y medio, escribieron Barton Fink en tres semanas mientras tenían dificultades para acabar el guión de su siguiente película, Miller’s Crossing. Los hermanos se llevaron nada menos que la Palma de Oro en Cannes con esta película que evoca la falta de inspiración de un exitoso escritor de teatro neoyorquino que llega a Hollywood en los años 40 para escribir un guión sobre la lucha libre.

En las últimas décadas, varios directores expresaron su amor al cine a través de sus películas: Giuseppe Tornatore en Cinema Paradisio, Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre y Los abrazos rotos. Tim Burton dirigió a Johnny Depp en Ed Wood, biografía del que se considera el peor director de la historia del cine, pero a pesar de la evidente falta de talento del director de películas de serie Z, Burton rinde un homenaje a su pasión por el cine, su entusiasmo y su perseverancia.

En La rosa púrpura del Cairo, Woody Allen vuelve realidad la fantasía absoluta del actor idealizado que sale literalmente de la pantalla para acompañar a una admiradora y dar relieve a su vida aburrida. En un estilo totalmente diferente, David Lynch transformó el mundo cinematográfico en un laberinto fascinante y espantador, sobre todo en Mulholland Drive e Inland Empire (Imperio).

Uno de los guionistas más aclamados de estos últimos años, Charlie Kaufman, autor de los brillantes ¿Quieres ser John Malkovich? y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, tuvo la genialidad de representarse a él mismo y a un gemelo ficticio, ambos guionistas, en El ladrón de orquídeas. Nicolas Cage es a la vez Charlie Kaufman, guionista luchando para adaptar un libro para la pantalla grande y su hermano Donald Kaufman, quien encuentra el éxito al escribir su primer guión en un estilo demasiado hollywoodense para los gustos de su hermano. Sinécdoque, Nueva York, su primera cinta como director es otro “Objeto Cinematográfico No Identificado”, donde Philip Seymour Hoffman es un director de teatro que llega a confundir totalmente la vida real y el mundo ficticio de la obra que intenta poner en escena durante 30 años.

El próximo viernes podrán ver en los cines mexicanos Somewhere, la nueva obra de Sofía Coppola, ganadora del León de Oro en Venecia el año pasado. En esta película parcialmente autobiográfica, la hija de Francis Ford y prima de Nicolas Cage destroza el sistema hollywoodense y el arquetipo de la estrella de cine.

Hoy en día el cine sobre el cine es considerado por muchos como un género en sí, que ha ofrecido inspiración a cineastas con estilos y visiones muy diversas, dando la luz a obras maestras a través de sus reflexiones sobre el arte y la vida.



Publicado en Letras de Cambio el 9 de enero 2011

jueves, 20 de enero de 2011

¿Dónde está el cine mexicano?

Cinco días sin Nora



El violín



El cine mexicano, bueno o malo, llega raramente a las pantallas. Se producen cada año pocas películas y son menos todavía las que son proyectadas en las salas de nuestro país.


Solamente 54 películas mexicanas se estrenaron en 2009, 42 de ellas con apoyo económico del gobierno, éstas apenas rebasaron los 10 millones de espectadores cuando en ese año 307 películas fueron exhibidas en las salas oscuras con un total de 180 millones de boletos vendidos. Esto significa que solamente un espectador de cada 18 prefirió ir a ver una cinta nacional. ¿Será tan malo el cine mexicano para tener tan poca difusión y ahuyentar a tantos cinéfilos?

Hay que reconocer que la industria cinematográfica nacional padece de un problema estructural. En un momento dado del largo proceso de producción de un largometraje se rompe la cadena creativa y todos los esfuerzos se vienen abajo por falta de apoyo, de dinero, de difusión. Muchos creadores se quedan haciendo cortos, unos con ideas novedosas e indiscutible talento, sin poder dar el paso hacia el primer largometraje.

Tomemos un ejemplo: un joven creador, guionista o director, cuenta con un proyecto sólido e innovador, logra establecer relaciones en el medio de la producción cinematográfica y obtiene así apoyo económico, privado o público. Se rueda la película, que resulta ser una obra de calidad y un éxito crítico, llevándose varios premios en festivales nacionales e internacionales. Haciendo de lado unas rarísimas excepciones, lo más seguro es que esta película se estrene en muy pocas salas mexicanas y que sea vista por un número infinitesimal de espectadores.

Los ejemplos abundan: El violín es una película inteligente y conmovedora cuyo protagonista, don Ángel Tavira, se llevó el Premio al Mejor Actor en la sección Una Cierta Mirada en Cannes. Asimismo, cada uno de los tres largometrajes de Carlos Reygadas ha sido seleccionado en el Festival de Cannes, el último de ellos, Stellet licht (Luz silenciosa) ganó el Premio del Jurado en 2007. Lake Tahoe y Desierto adentro son otros dos ejemplos de éxitos críticos mundiales del año pasado que no atrajeron más de 30 mil espectadores. El año pasado, Cinco días sin Nora ganó premios en Guanajuato y Morelia pero también en Canadá, Estados Unidos, Cuba, Rusia, España, Argentina, Japón y Francia, sin embargo, en México, sólo 29 mil personas acudieron a ver esta película divertida y sensible, con un elenco formado de actores y actrices conocidos y reconocidos.

Claro que estos títulos forman parte de lo que se conoce como cine de arte y que no pueden atraer a tantos espectadores como Rudo y Cursi o la taquillera Otra película de huevos y un pollo. Sin embargo, se puede apoyar de manera lucrativa a proyectos sólidos, sin que las películas sean necesariamente difíciles de abordar. En 2008, los éxitos públicos de películas como Arráncame la vida o La misma luna (una coproducción con Estados Unidos) comprobaron que el cine mexicano también puede ser rentable: las dos cintas recaudaron 75 millones de pesos en taquilla.

A pesar de ello, los grandes complejos cinematográficos muestran una fuerte tendencia a reducir los espacios reservados al cine nacional y al cine de arte. En nuestra ciudad, por ejemplo, la sala Otro enfoque del Cinépolis Centro ha desaparecido. La cartelera de la semana pasada en Morelia habla por sí misma: ninguna película mexicana, ninguna siquiera en un idioma que no fuera el inglés. Entre ellas, Mi nombre es John Lennon y Una propuesta atrevida con Julianne Moore y Liam Neeson son las únicas dos que podríamos considerar cine de arte, en el sentido que proponen algo diferente a los enésimos Harry Potter o Crónicas de Narnia, que suelen monopolizar las salas en esta época de vacaciones.

El oligopolio de los distribuidores y de las cadenas de exhibición de cine en México les ha permitido manejar la difusión del cine nacional como quieren: escogen pocas películas mexicanas, las cuales se muestran en escasas salas y quitan de la cartelera cualquier película que no haya llenado las salas en su semana de estreno. Estas empresas gigantescas han podido también tomar a los espectadores como rehenes subiendo el precio de los boletos de manera usurera: entre 2000 y 2010, el precio promedio ha subido en un 75 por ciento (de 28 a 50 pesos) y casi en un 25 por ciento en los dos últimos años.

Estas estructuras deficientes del cine nacional suelen provocar una fuga de talentos. ¿Será una coincidencia que los jóvenes creadores mexicanos más talentosos se expatríen para grabar sus películas? Después de una primera película exitosa en México, los que se consideran hoy como los más influyentes del cine mexicano (Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu) filmaron su segunda película en Estados Unidos y casi no han vuelto a grabar en su país, prefiriendo las ofertas del cine estadounidense o español.

El problema reside no solamente en la distribución, sino también en el apoyo a la producción. En 2006 fue implementado el EFECINE conocido como artículo 226, un estímulo que permite dar un 10 por ciento del ISR a las producciones cinematográficas. Esta ley permitió recaudar fondos para el 80 por ciento de las películas hechas en 2009. Desgraciadamente, por cuarto año consecutivo, el gobierno federal ha reducido el apoyo a la cultura, este año por más de un 25 por ciento y el IMCINE, así como el EFECINE, son de los más afectados. Eso significa menos películas producidas, y más cineastas y técnicos del cine desempleados.

¿Dónde están ahora las películas mexicanas? Muchas veces se quedan en las mentes o en los guiones de creadores frustrados, otras en las manos de unos pocos suertudos. Las podemos encontrar en festivales internacionales o en DVDs piratas, pero raramente en las salas oscuras. Sin duda, el cine mexicano merece mejor trato.


Publicado en Letras de Cambio el 19 de diciembre 2010

viernes, 14 de enero de 2011

Distopías en el cine: el peor de los mundos

La Naranja mecánica




La Jetée




El género de ciencia-ficción apocalíptica está cada vez más presente en las pantallas estos últimos años. ¿Será el reflejo de una sociedad enferma y preocupada por su futuro o simplemente fantasías hechas para vender?


Tanto en la literatura como en el cine, la distopía se impuso como un género de mayor importancia a principios del siglo XXI. La carretera, Watchmen: los vigilantes, Soy leyenda, Ceguera, Exterminio, Distrito 9, V de vendetta, la serie de los Resident evil, Avatar y Los niños del hombre –esta última, del mexicano Alfonso Cuarón-, son algunas de las cintas distópicas que se estrenaron durante los últimos cinco años. Hasta películas de animación cómo Wall-E o Nueve retratan un planeta sin o con pocos humanos, obviamente, resultado de una destrucción parcial o total de la Tierra por la propia especie humana.

La distopía apareció a los finales del siglo XX, con H.G. Wells como pionero, y se desarrolló de manera exponencial a partir de los años 30, haciéndose aún más popular después de la Segunda Guerra Mundial. Ante un mundo que había presenciado uno de los episodios mas horríficos de su historia, autores de anticipación empezaron a preocuparse por el porvenir de la humanidad, criticando el mundo moderno que tomaba forma ante sus ojos y mostrando el miedo que les inspiraban los nuevos totalitarismos capitalistas y comunistas.

Las obras de Aldous Huxley, George Orwell, Isaac Asimov, Anthony Burgess o Pierre Boulle, entre otros, han sido adaptadas a la pantalla grande. El director de Los 400 golpes, François Truffaut dirigió en 1966 y por primera vez fuera de Francia, la película Fahrenheit 451, basada en la novela de Ray Bradbury. En esta cinta los líderes del mundo quieren destruir toda forma de cultura, quemando todos los escritos de la humanidad para poder controlar a los ciudadanos. Blade Runner de Ridley Scott o THX 1138 de George Lucas, a pesar de ser previsiones irrealistas para los próximos años, son otros planteamientos de sociedades futuristas disfuncionales que nos permiten tener un ojo crítico hacia nuestro mundo.

Cuando el destino nos alcance (1973) propone una hipótesis mucho más realista: en 2022, el mundo estará sobre poblado, habiendo escasez de agua y un solo tipo de alimento, el famoso soylent. A pesar de esta situación, como siempre en la historia de la humanidad, una minoría mantiene el control político y económico sobre la multitud: mientras la mayoría lucha por su supervivencia alimentaria, esos pocos comen carne y verduras.

Algunas distopías se convirtieron en obras maestras del séptimo arte: la primera película de ciencia-ficción de la historia del cine, El viaje a la luna de Georges Méliès, describe en 1902 la primera guerra de los mundos, entre los selenitas y los astrónomos que llegaron a la Luna. Otra obra del cine mudo, Metrópolis de Fritz Lang, se considera el filme cumbre del expresionismo alemán, grabada en los años 20 cuando Alemania vivía su peor crisis económica.

La jetée (1962), fotonovela cinematográfica de 28 minutos en blanco y negro del francés Chris Marker, retrata un mundo devastado por la Tercera Guerra Mundial, en el cual los sobrevivientes, que tienen que habitar en el subsuelo, deciden mandar a uno de ellos al pasado con el propósito de recaudar información que permita mejorar la situación actual de los humanos. Esta joya narrativa y estética inspiró El último combate, primera película de Luc Besson, en blanco y negro, con personajes incapaces de dialogar y tratando de sobrevivir en un mundo post-apocalíptico, uno de ellos fue interpretado por Jean Reno (entonces desconocido, quien llegó a ser Enzo Molinari en Azul profundo y el inolvidable Léon en El profesional, las dos dirigidas por el mismo Besson). La jetée también fue la inspiración para Doce monos de Terry Gilliam, quien había ya descrito en Brazil un mundo futuro burocrático y totalitario muy cercano al de 1984 de George Orwell y al del Proceso de Franz Kafka, llevado a la pantalla por Orson Welles.

Antes de Ciudadano Kane, Welles ya había alcanzado la fama a los veintitrés años al adaptar para radio el clásico La guerra de los mundos (1898), de H.G. Wells. Es conocido que en aquel momento los radioescuchas se asustaron pensando que la invasión extraterrestre era real. Esta novela ha sido la base para numerosas adaptaciones, la última en 2005 por Spielberg, anunciando el regreso del cine catástrofe.

Al contrario de la distopía que presenta generalmente una crítica indirecta a la sociedad, el cine catástrofe ha sido utilizado por los gobernantes para generar temores inconcientes y reforzar una política de miedo. Las películas que retratan un peligro extraterrestre empezaron a ser muy populares en los años 50, al principio de la Guerra Fría, cuando el gobierno trataba de asociar en la mente de los ciudadanos las invasiones extraterrestres a la amenaza comunista. Algunos ejemplos de este género en los últimos años son Armageddon, El Día de la Independencia, Cloverfield, El día después de mañana o 2012. Sin embargo, el 11 de septiembre de 2001, la realidad superó a la ficción y todos los miedos de los estadounidenses y del mundo occidental se orientaron hacia el terrorismo islamista.

En 1971, la novela de Burgess, La naranja mecánica, se convirtió en película de culto. El director, Stanley Kubrick, representa a la sociedad británica del año 1995, reflexionando sobre la naturaleza de la violencia humana, la entidad familiar descompuesta, la hipocresía de los gobernantes, la manipulación por parte de los medios de comunicación, la represión y la rehabilitación forzada, temas que hoy en día siguen al centro de los debates. Alex, el jefe de la pandilla en el filme, no es presentado como la escoria a disciplinar, sino como el fruto y la víctima de una sociedad controladora.

Las utopías pueden orientar, dar esperanzas y enseñar valores, pero su interés narrativo es limitado. Las distopías ofrecen, al contrario, un sinfín de posibilidades en cuanto a historias, personajes y mundos fantasmagóricos, donde se vuelven realidad las perspectivas más pesimistas y los miedos más grandes de la humanidad: guerra nuclear, terrorismo biológico, escasez de agua y alimentos, sobrepoblación, experimentos genéticos, control de los pensamientos por la tecnología, estados totalitarios y hasta invasiones extraterrestres. No sorprende ver en cartelera tantas cintas de este género, ya que aunque estos guiones de pesadilla se vuelven cada día más factibles, parece que al espectador le gusta apaciguar sus miedos comprobando en la pantalla que todavía no hemos llegado al peor de los mundos.


Publicado en Letras de Cambio el 12 de diciembre 2010

jueves, 13 de enero de 2011

Cómo ganar un Oscar

Marion Cotillard


Sean Penn


Son pocos los actores y actrices que han ganado la estatuilla dorada tan codiciada. ¿Existirá una receta secreta para llegar a tal reconocimiento?

Es el sueño de todos y la realidad de un puñado: levantar un Oscar frente a toda la élite de la industria cinematográfica estadounidense, debe igualar a la intensidad emotiva de un capitán de fútbol alzando la Copa del Mundo. Es la recompensa suprema para muchos actores y actrices aunque muchos también den importancia a los galardones de los festivales de cine independiente como Cannes, Berlín o Venecia.

Son pocos los que han podido conseguir reconocimiento en el Viejo Continente y en el Nuevo Mundo a la vez. Sean Penn sobresale como el mayor cosechador de premios. Es el único en la historia en haber ganado el premio de los tres grandes festivales europeos: 2 Copas Volpi en Venecia, el Premio al mejor actor en Cannes y el Oso de Plata en Berlín, además de dos Oscares y un Golden Globe. Esto por sus brillantes actuaciones en cinco películas distintas: Caos mental, 21 gramos, Pena de muerte, Río místico y Milk. ¿Será el mejor actor del mundo? ¿Cómo explicar, entonces, que Richard Burton, Lauren Bacall, Cary Grant, Judy Garland o Greta Garbo, a pesar de ser estrellas intemporales del cine hollywoodense, nunca hayan ganado un Oscar? Eso parece increíble cuando hemos visto a actrices pálidas y mediocres como Sandra Bullock llevarse el premio. Sorprende también si comparamos este dato con las 16 nominaciones al Oscar y las 25 al Golden Globe de Meryl Streep, cuya casa está adornada ya con 9 estatuillas.

Una de las cualidades de Meryl Streep y de otros premiados es la de poder y saber escoger sus papeles con la libertad que les concede la fama. Tienen también la facultad de modelar sus expresiones y de trasmitir emociones que solamente se pueden lograr con dos cosas: talento –que algunos llaman don- y trabajo. Muchos de ellos tomaron clases con los mejores maestros del arte escénico. Desde hace 63 años el Actors Studio, fundado en Nueva York ha formado a una multitud de actores míticos y “oscarizados”: Marlon Brando, Robert De Niro, Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Paul Newman y Al Pacino, entre otros. Siguiendo el sistema de actuación inventado por el director escénico ruso Konstantín Stanislavski y aplicándolo al cine para ayudar a los actores a llegar a ser dueños de sus personajes y lograr interpretaciones cada vez más realistas, el Actors Studio ha revolucionado la forma de actuar en la segunda mitad del siglo XX.

Hoy en día existen dos tipos de papeles para Oscares. El primero, retratar a alguien fuera de lo común, con algún tipo de enfermedad o discapacidad: Dustin Hoffman en Rain Man, Al Pacino en Perfume de mujer, Tom Hanks dos años consecutivos en Philadelphia y Forrest Gump. La segunda, una tendencia del cine contemporáneo, la biografía filmada, el papel del actor ya no es de composición sino de imitación. La capacidad de metamorfosis de los actores está a prueba cuando se trata de representar a una persona real, viva o muerta. Así se llevaron Oscares Helen Mirren en La reina, Julia Roberts en Erin Brockovich, Reese Witherspoon en Johnny y June, Jamie Foxx en Ray, Robert De Niro en Toro salvaje, Philip Seymour Hoffman en Capote, F. Murria Abraham en Amadeus, Forest Whitaker en la piel del dictador ugandés Idi Amin en El último rey de Escocia, y el inolvidable Ben Kingsley en Gandhi.

El caso más extraordinario ocurrió hace tres años con la coronación de Marion Cotillard por su papel en La vida en rosa. Extraordinario por tres razones: por su joven edad, por ganar con una película de habla no inglesa (sólo Sophia Loren y Roberto Benigni lo habían logrado) y por ser la primera actriz en llevarse el César en Francia y el BAFTA en el Reino Unido, así como el Golden Globe y el Oscar en Estados Unidos. Casi desconocida antes de esta cinta, Cotillard logró identificarse con la leyenda de la música francesa Edith Piaf en un papel que los productores querían confiar a Audrey Tautou, por ser más famosa, sin embargo, frente a la insistencia del director Olivier Dahan (que le costó la reducción del presupuesto), Cotillard fue la elegida.

Por suerte, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas se muestra cada vez más abierta con el cine en habla no inglesa, recompensando actores como Penélope Cruz, Benicio del Toro y, sobretodo el que considero el mejor actor de lengua española, Javier Bardem. Asimismo, la falta de reconocimiento a los actores y actrices afro-americanos parece haber terminado. Solamente Sydney Poitier en 1964 había sido ganador, pero desde 2001, año histórico de la doble victoria de Halle Berry y Denzel Washington, han sido galardonados también Forest Whitaker y Jamie Foxx.

Ser un gran actor, tener un carisma único y encontrar a las personas adecuadas en el momento oportuno, permiten a unos pocos actores conseguir el papel de su vida y los reconocimientos públicos y del medio. Sin embargo no hay que olvidar que existen grandes actrices y actores en sitios sin tantos reflectores en China, en Senegal, en México y en cualquier parte del mundo, que aún no conocemos y que quizá nunca conoceremos, para todos ellos habría que mandar a esculpir unas cuantas estatuillas doradas más.


Publicado en Letras de Cambio el 5 de diciembre del 2010.

miércoles, 12 de enero de 2011

Paul Thomas Anderson, por amor al cine

Tom Cruise en Magnolia


Paul Thomas Anderson dirigiendo a Daniel Day-Lewis


A sólo 40 años, el director californiano ha logrado éxitos críticos y públicos que lo ubican dentro de los más precoces y talentosos de su generación.


Todo empezó con dos cortometrajes. A los 17, Paul Thomas Anderson escribió y realizó un documental ficticio sobre un actor porno de culto de los ochentas llamado The Dirk Diggler story, que se iba a convertir 10 años después en su segundo largo, brindándole su primer reconocimiento internacional: Boogie nights. A los 23, el cortometraje Cigarettes and coffee se transformó en su primer largo Sydney, comercialmente conocido como Hard eight, el cual atrajo a estrellas como Gwyneth Paltrow y Samuel L. Jackson, además de brindar a Philip Baker Hall, también protagonista en el corto, su primer papel importante a los 65 años.

Sydney fue visto por pocos, pero algunos productores reconocieron el talento indubitable del joven director y le permitieron grabar Boogie nights con actores de primera: Burt Reynolds, Julianne Moore, Philip Seymour Hoffman y Mark Wahlberg, el protagonista de en un papel que ofrecieron primeramente a Leonardo Di Caprio, quien hoy reconoce estar arrepentido de haberlo rechazado. Boogie nights fascina por el desarrollo de sus personajes secundarios y por sus movimientos de cámara virtuosos: el plano secuencia que abre la película, así como el del clavado de Wahlberg en una alberca son asombrosos. Pero lo mejor de Anderson estaba por venir.

En 1999, Magnolia fue una revelación para mí. Pocas veces he tenido la impresión de que alguien ha escrito y realizado la película que a mí me hubiera gustado hacer. Solamente con Ocho y medio de Fellini, Nostalghia de Tarkovski, Contra viento y marea de Von Trier y 2046 de Wong Kar Wai había sentido tanto amor por el cine. Muchos la comparan con Short cuts de Robert Altman, un director de mucha influencia para el joven Anderson. Las dos cintas retratan las vidas entrecruzadas de habitantes de Los Ángeles durante el lapso de un solo día. Pero en este caso, el discípulo rebasó al maestro. Magnolia es una obra coral de tres horas que, entre sus logros, ofreció a Tom Cruise el papel de su vida: la súper estrella, luego de ver Boogie nights, se acercó a Anderson para pedirle un papel protagónico en su siguiente película, a lo que el director le contestó que Magnolia tenía no uno sino nueve papeles principales y que no le podía pagar los veinte millones de dólares que cobraba habitualmente. Anderson escribió el papel de Frank TJ Mackey especialmente para Cruise y este último se llevó merecidamente el Oscar del Mejor Actor de Reparto. La cinta ganó también el Oso de Oro en Berlín, comprobando, al igual que los hermanos Coen, que se podía hacer un cine de arte independiente aún dentro del marco hollywoodense.

¿Qué puede hacer uno después de una obra tan intensa y tan bien lograda? El guionista, productor y director estadounidense sorprendió a todos, declarando que quería hacer una comedia romántica con Adam Sandler que no rebasara los 90 minutos. Este anuncio provocó estupor y decepción, pero también curiosidad por parte de los fanáticos de sus primeras películas. PT Anderson logró más de lo esperado con Punch drunk love (Embriagado de amor), ganando el premio al mejor director en el Festival de Cannes y regalando la única nominación a los Golden Globe de Sandler, quien tenía ya cinco nominaciones y una victoria como peor actor en los Razzie Awards, los Oscares de la malas películas.

Anderson ama a los actores y se nota. Philip Baker Hall se hubiera quedado en el anonimato si no fuera por él. En sólo tres escenas y no más de 20 minutos, Tom Cruise se vuelve actor en Magnolia. PTA nos enseña que Adam Sandler puede sacar al espectador emociones más sutiles que las risas fáciles de sus comedias ligeras. Además, el director tiene su clan de actores que le son siempre fieles: John C. Reilly y Melora Walters, conmovedores como policía patético y junkie depresiva en Magnolia, respectivamente. William H. Macy, impecable en perdedor absoluto en Boogie nights y Magnolia. Luís Guzmán, la hermosa Julianne Moore y el finalmente “oscarizado" Philip Seymour Hoffman, quien ha actuado en cuatro de los cinco largos y se rumora que tendrá el papel principal del siguiente proyecto de Anderson (el cual al parecer seguiremos esperando por unos años más).

Cuando estrenó There will be blood (Petróleo sangriento) en 2007, no sabía qué esperar. Una película con el director de Magnolia y mi actor favorito, el fascinante Daniel Day-Lewis, tendría que resultar en una obra maestra, pero el guión sobre la vida de un magnate del petróleo al principio del siglo XX se veía bastante aburrido. Una película opuesta a Magnolia en su ritmo y su narrativa, pero parecida en su virtuosismo y sus personajes fuertes. Además de la actuación intensa de Day Lewis, quien entró en el club elitista de los actores con dos Oscares -18 años después de Mi pie izquierdo-, encontramos al joven Paul Dano que a los 24 años había ya actuado en varias películas independientes, entre ellas L.I.E, Pequeña Miss Sunshine y The ballad of Jack and Rose con el mismo Day-Lewis. Cuando durante los ensayos para un papel pequeño que originalmente tenía el joven actor, Anderson descubrió su talento, ofreciéndole el papel co-protagónico. El resto es historia. Dano, el pastor evangelizador, y Day-Lewis, el petrolero ateo, se destrozan mutualmente en una lucha a muerte por el poder y en la cual la venganza se retrata de la manera más cruda y sadista. La escena final, en el boliche de la mansión del millonario, y la frase “I drink your milkshake!” entraron ya en los momentos de culto del séptimo arte.

Anderson sigue siendo un director joven y ojalá tenga muchas películas por venir. Si algunos críticos no lo consideran todavía como uno de los grandes, me queda poca duda de que pronto lo tendrán que aceptar: Anderson es la prueba viviente de que se hace un cine inteligente, independiente, conmovedor e innovador en Hollywood.


Publicado en Letras de Cambio el 28 de noviembre 2010.

El último abrazo

Javier Bardem en Biutiful



El tio Boonmee que recuerda sus vidas pasadas


Un ser humano se entera que tiene una enfermedad incurable y que le queda poco tiempo de vida, la cual cambia drásticamente mientras el espectador observa los actos, emociones y pensamientos del protagonista en sus últimos momentos. ¿Cuántas películas con una trama parecida hemos visto? Muchas, seguramente. Ahora, ¿de cuantas nos acordamos?

Desde que existe el arte, este tema ha sido tratado por muchos y desde un sinfín de puntos de vista. Han resultado obras maestras intemporales y dramas mediocres y lacrimógenos. Seguramente hemos preparado nuestros pañuelos antes de ver los dramas románticos hollywoodenses tipo Un otoño en Nueva York o Dulce noviembre, ambos basados en guiones similares donde una mujer joven, llena de pasión por la vida, logra cambiar la de un hombre rico y atareado con una existencia superficial. Hasta sus títulos otoñales, estación asociada con la muerte en muchas culturas, se parecen. En ambas cintas, las dos protagonistas, sabiendo su muerte ineluctable y próxima, se dedican a cambiar la vida de los demás, como si fuera una misión divina.

Isabel Coixet exploró este tema en varias de sus obras, principalmente en Mi vida sin mí, donde una joven de 23 años a la que le quedan dos meses para vivir prepara su pasaje al otro lado, sin avisar a ninguno de sus seres queridos, dejando por única despedida mensajes grabados a cada uno de ellos. La directora catalana también realizó el segmento Bastille de la compilación de cortometrajes Paris, te amo, que narra la historia de un hombre a punto de dejar a su esposa, cuando ella le dice que tiene cáncer en fase terminal. La cinta retrata el proceso de re-enamoramiento que vive este marido mientras la cuida en sus últimas semanas de vida.

La muerte cercana de un hombre de edad más avanzada ha permitido a varios directores brindarnos una reflexión sobre la manera de llevar su vida: Ingmar Bergman en Fresas salvajes, Denys Arcand en Las invasiones bárbaras y Akira Kurosawa en Ikiru (Vivir) –sin duda una de sus mejores películas-, describen cada uno a su manera los últimos días de hombres comunes.

La pantalla grande está actualmente bombardeada de películas con enfoque tanatológico. Hace un mes pudimos ver en cartelera la adaptación de la novela de Paulo Coelho, Verónika decide morir, otra variación sobre el mismo tema. Hace dos semanas se estrenó la comedia romántica mexicana Te presento a Laura, cinta cuyo guión escribió la propia protagonista, Martha Higareda, representando a una joven de 23 años que conoce el día exacto de su muerte. Al igual que la bucket list de Jack Nicholson y Morgan Freeman en Antes de partir, Laura tiene una lista de 10 cosas que hacer antes de morir. Nada original pero un éxito de taquilla probable.

La programación del último Festival Internacional de Cine de Morelia nos ofreció, al menos, dos reflexiones distintas en la forma y en el fondo sobre la muerte inminente e irremediable del protagonista: Biutiful, el melodrama de Alejandro González Iñarritu (todavía en cartelera) y El tio Boonmee que recuerda sus vidas pasadas del tailandés Apitchatpong Weerasetakhul, recién ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Esta última generó admiración e incomprensión a la vez. Una amiga me dijo al salir de la sala oscura: “Me gustó mucho pero no entendí nada. ¿Me podrías explicar de qué se trata?” Sin embargo, mi cinefilia tiene sus límites y le contesté que no tenía las llaves de esta película surrealista y enigmática, por lo menos vista con nuestros ojos occidentales. El tío Boonmee, padeciendo una enfermedad de los riñones, busca su identidad a la hora de su muerte. Aparece el fantasma de su esposa a la mesa de la cena, seguida por su hijo que regresa de los muertos bajo la forma de una criatura simiesca e inquietante. Elipsis metafóricas nos narran los mitos y las leyendas orientales sobre la reencarnación. Boonmee termina su búsqueda con un viaje a los adentros de una cueva para descubrir qué o quién fue en sus vidas pasadas, no sin haber dado antes un último abrazo al fantasma de su esposa.

La paz y el misterio de la cinta tailandesa contrastan con la Barcelona babélica retratada en Biutiful. En la cuarta y más personal película del realizador mexicano, Uxbal intenta poner orden en su vida y hacer las paces con las personas que le rodean antes de morir, aunque desde la butaca intuimos que el caos de su vida no lo va a permitir. Por eso Uxbal, interpretado por Javier Bardem, naturalmente rechaza en un primer momento la idea de su muerte cercana. Después de haber aceptado hasta cierto punto lo irremediable, intenta componer la relación destructiva y ya destruida con la madre de sus hijos, de ayudar al prójimo para alivianar el peso de su conciencia, y de cuidar lo más precioso que tiene: sus hijos. Finalmente, se despide con el ensueño del padre joven que nunca conoció ofreciéndole un último cigarro a modo de abrazo.

La conciencia y el rechazo a la muerte que tienen los humanos son quizá lo que más nos diferencia de los demás animales (seguramente más que el lenguaje, el desarrollo del cerebro o el uso de herramientas). Abordar cinematográficamente un tema tan universal implica varios retos: el de no caer en el sentimentalismo barato aprovechando la fácil identificación del espectador con un personaje moribundo y el de ofrecer una visión original sin plagiar obras anteriores. Sin embargo, cada reflexión sobre la muerte nos remite al reflejo de nuestra inminente partida.

El Yo accede a su especificidad y a su trascendencia integral solamente bajo la forma del Yo que muere, decía Georges Bataille. En una sociedad donde cada vez más tratamos de eludir el enfrentamiento con nuestra mortalidad, estas películas nos la recuerdan, haciéndonos algunas preguntas como: ¿qué haría si supiera que me he de morir mañana?, ¿quién concluirá las cosas que dejo inacabadas?, ¿a quién daré el último abrazo?



Publicado en Letras de Cambio el 21 de noviembre 2010