domingo, 18 de noviembre de 2012

Después de Lucía, traumas ad nauseam



□ El segundo largometraje de Michel Franco forma parte de la cintas ante las que uno no puede permanecer indiferente. Realista, cruda, implacable, la película explora el duelo y el calvario de una adolescente mexicana.    

Tim Roth, presidente del Jurado de la sección Una cierta mirada en el último festival de Cannes, comentó que el premio más importante de este año era para una película perfecta. “La razón de estar en un jurado de Cannes es poder ser testigo del surgimiento de algo extraordinario. Y este filme lo es todo, está lleno de buenas interpretaciones y de excelentes técnicas de escritura. Es una obra maestra, un trabajo increíble”, comentó el actor antes de anunciar que el ganador era el mexicano Michel Franco por su película Después de Lucía. Es posible que Roth se haya conmovido a tal grado con la historia del suplicio que vive Alejandra en la película, en tanto que el británico fue víctima de violación en su infancia; tema que desarrolló cuando realizó la sobrecogedora The war zone (La zona oscura). El protagonista de Perros de reserva y Tiempos violentos le pidió al realizador mexicano que escribiera un proyecto para él.   

Después de Lucía abre con un plano secuencia sobrio y enigmático. Un señor de unos 40 años llega al mecánico para llevarse su coche, cuyas partes han sido casi todas cambiadas. La cámara, fija y discreta en el asiento trasero, nos muestra a un hombre sin emociones aparentes que, después de manejar unos minutos, abandona el vehículo en medio de una calle, dejando las llaves, y sigue su camino a pie. Con diálogos escasos y aparentemente insignificantes, Franco da a luz a la curiosidad y engendra un malestar que va creciendo a todo lo largo de la película. Rápidamente entendemos que nunca veremos a Lucía, ya que falleció en un accidente automovilístico manejando el carro que su viudo no quiere ver más. 

Como lo sugiere el título, el filme retrata el duelo y las relaciones entre Roberto y su hija Alejandra, que intentan empezar una nueva vida en la ciudad de México, dejando Puerto Vallarta para cambiar de escenario y retomar el curso de una existencia lo más normal posible. Padre e hija se reconfortan, brindándose apoyo y cariño mutuo, tratando al mismo tiempo de cuidar los sentimientos del otro. Sin embargo, con sus silencios y ficciones formuladas para no herir o preocupar al otro, obtienen el efecto inverso: las mentiras blancas de ambos los llevarán a consecuencias devastadoras, culminando en una escena final memorable, que resuena mucho tiempo en la mente del espectador.    

Los que vieron Daniel y Ana, que se estrenó hace tres años, no se sorprenderán de la intensidad y del malestar que trascurre a lo largo del segundo filme de Franco. Su opera prima describía la trágica historia de Ana, a punto de casarse, y Daniel, su hermano adolescente, que son secuestrados por criminales especializados en películas porno y forzados a cometer relaciones incestuosas. La cinta se centra en el desarrollo de los jóvenes después de esta experiencia traumática y de cicatrices que nunca se pueden cerrar.

Los guiones de ambos largometrajes de Franco fueron inspirados por hechos reales: "Conocí a un adolescente que sufrió de violencia física y psicológica, hasta un punto particularmente cruel", declaró el realizador. La idea primera de Franco para Después de Lucía se basaba en el duelo pero después de haber escuchado de este caso de acoso escolar, decidió contar el suplicio de Alejandra, víctima de la perversidad de sus compañeros de salón, tal como el protagonista de la novela Las tribulaciones del estudiante Törless del austriaco Robert Musil, publicada en 1906.  

Según los datos de la OCDE, México se encuentra en el primer lugar internacional de bullying en nivel secundaria. Las estadísticas parecen surrealistas: el porcentaje de estudiantes de sexto grado de primaria que declaran haber sido víctimas de robo en su escuela es de 40.24 por ciento. Los porcentajes de escolares que han sido insultados o amenazados en centros educativos asciende a 25.35 por ciento; el de golpeados, a 16.72 por ciento, y de quienes han vivido algún episodio de violencia, 44.47 por ciento. Sin embargo, Franco defendió que la película no es estrictamente una forma de abordar el acoso escolar y aseguró que no aspira a que la cinta sirva para que se haga pedagogía sobre el alcance del bullying en las escuelas ni a combatir este fenómeno en México.

Después de Lucía se podría interpretar como una metáfora de la violencia cotidiana en el país, como una alegoría del fascismo, o bien, como un retrato de la maldad humana encarnada en adolescentes fresas. Para el director, la película solo es un estudio de la violencia en diferentes entornos y en sus distintas formas. El objetivo no es dar lecciones de moral o de ética, sino simplemente de ubicar al espectador como testigo directo de eventos brutales que lo llevan a presenciar impotentemente dramas ineluctables, a la manera de una tragedia griega. El público se transforma en observador impotente de escenas de humillación casi insoportables, que nos recuerdan momentos de Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini y Funny games de Haneke. El cine de Franco es muy parecido al del maestro austriaco: las películas de ambos funcionan como pesadillas de las cuales no se puede escapar, lo que provoca reacciones de fuerte rechazo a la película. 

El realizador mexicano también hace alusión a la violencia de las imágenes. En la película, el acoso de Alejandra empieza con un video tomado mientras tiene relaciones sexuales con otro joven. El sexting (el hecho de mandar imágenes pornográficas por mensaje de un celular a otro) es una práctica cada vez más común entre adolescentes. En la cinta de Franco, la violencia nace de la imagen, como medio de presión y de opresión, al igual que los videos mandados a Binoche y Auteuil en Escondido del mismo Haneke.

El productor Billy Rovzar afirma que Después de Lucía no es solamente una película de arte, sino una obra que puede interesar a gran número de espectadores, por lo cual se estrena con no menos de 50 copias para el país. Al lado de Escalante, Eimbecke y Reygadas, Michel Franco forma parte de los directores internacionalmente reconocidos del cine de autor mexicano: prueba de ello es que la cinta representará a México en los Oscares. Hacía mucho tiempo que una película mexicana no dejaba tan fuerte impresión: ¿se atreverán a ser testigos del martirio de Alejandra?   

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