Emmanuelle Riva
Jean-Louis Trintignant
□ Dos años después de El listón blanco, el cineasta austriaco Michael Haneke fue otra vez
galardonado con la Palma de Oro por la cinta Amor, que narra la relación de una pareja al final de su vida.
Cuando pensamos en historias universales de amor,
nos vienen a la mente los clásicos de la literatura mundial: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Las
amistades peligrosas, Orgullo y
prejuicio, Cumbres borrascosas, Ana Karenina, Rojo y negro, El gran Gatsby,
El amor en los tiempos del cólera, El amante y La insoportable levedad del ser, entre muchas otras. No es
sorprendente ver que todas estas obras han sido llevadas una y otra vez a la
pantalla grande. Joe Wright dirigió a Keira Knightley en Ana Karenina, la cual estará pronto en cartelera. Asimismo, Baz
Luhrmann, el director de Moulin rouge
y Romeo+Julieta,
estrenará su adaptación del libro de Francis Scott Fitzgerald en 2013, con
Leonardo Di Caprio en el papel de Gatsby, veintiocho años después de la versión
con Robert Redford y Mia Farrow.
Todas estas ficciones exponen una concepción
romántica del amor, muchas veces son historias desgarradoras y trágicas que,
por lo general, terminan de forma dramática, con la imposibilidad de vivir el
amor, la separación de los amantes o la muerte prematura de uno de ellos. Desde
Lo que el viento se llevó y Casablanca hasta Titanic y Los puentes de
Madison, el séptimo arte rara vez se ha alejado de los estandartes del
drama romántico. Seamos honestos: este tipo de historias de amor difícilmente
ocurren en la vida real. Si bien la pasión del principio de las relaciones se
puede parecer a lo que los autores nos describen en sus obras, ésta suele
transformarse en otra cosa con el paso de los años. ¿Y si esta otra cosa fuese
el verdadero amor?
Conociendo la propensión de Haneke a provocar y
torturar de cierta forma a sus espectadores, podíamos esperar que el título de
su última obra fuese una pérfida antífrasis. No es el caso: Amor es una autentica película de amor. Obviamente
el amor a los 80 años no es el mismo que a los 20, pero sigue siendo amor, y
quizá sea el grado último de éste, ya que queda libre de toda envoltura
romántica: sólo permanece la vida compartida por dos seres. La historia de la
cinta es finalmente la que nos espera a casi todos: envejecer con alguien que
amamos, enfrentar juntos la vejez, la enfermedad y la muerte. ¿Cómo amamos
después de décadas de vida común, cuando el decaimiento físico y psíquico
afecta a uno de los viejos amantes?
Aunque el tema fuese universal, pocas veces el
séptimo arte se ha interesado en el amor durante el ocaso de la vida.
Evidentemente, los maestros del cine brindaron obras inolvidables sobre la
muerte: Las invasiones bárbaras de
Arcand, Vivir de Kurosawa y Fresas salvajes de Bergman, pero en
éstas el amor no es el tema medular de la obra. Solamente recuerdo dos
películas recientes que abordaban las relaciones amorosas de personas mayores: Iris, que cuenta la historia real de la
novelista británica Iris Murdoch (interpretada por Kate Winslet en su juventud
y por Judi Dench en su vejez) y su relación con John Bayley, hasta que la
enfermedad de Alzheimer devasta la mente de la novelista. Lejos de ella, de Sarah Polley, tiene un tema similar y ofreció a
la hermosa Julie Christie (Doctor Zhivago)
un papel sobresaliente a sus 66 años.
La Palma de Oro que obtuvo Haneke por El listón blanco representó la
consagración de un gran cineasta, su segunda debe muchísimo a las actuaciones
de Emmanuelle Riva (85 años) y Jean-Louis Trintignant (81 años). Riva se volvió
famosa hace 53 años con su papel en Hiroshima
mi amor, de Alain Resnais y ha tenido una carrera discreta en las siguientes
décadas. Haneke confesó que escribió el papel de Georges para Jean-Louis
Trintignant (Un hombre y una mujer, Z, Mi
noche con Maud, Rojo), quien no
había estado frente a una cámara desde hace 10 años. Haneke supo convencer a
dos inmensos actores, que conmueven por su forma de luchar para conservar la
dignidad humana. Durante la prueba final de su amor, la pareja vuelve a ser una
sola celda indivisible y autárquica, que vive entre cuatro paredes y excluye a
los demás.
Dos espectadores, un hombre y una mujer de unos 80
años, sentados el uno al lado del otro en sus asientos rojos, visiblemente
felices: es la segunda escena del filme. La pareja asiste a un concierto pero
bien podría estar en una sala de cine. Un efecto de espejo opera con los
espectadores: ellos son nosotros. Casi tendríamos miedo de identificarnos con
personajes de Haneke, especialista en revelar la barbarie y la monstruosidad escondida
en cada uno de ellos: los adolescentes de Funny
games, Daniel Auteuil en El
observador oculto, Isabelle Huppert en La
pianista y los aldeanos de El listón
blanco. Sin embargo, el director austriaco parece haber cerrado su largo
ciclo sobre la maldad humana. Amor
describe las difíciles etapas de la senectud, un poco como la cantaba Jacques
Brel en su canción Vieillir: Mourir, cela n'est rien, mourir, la belle
affaire, mais vieillir, oh vieillir... (Morir, no es nada, morir, qué importa, pero
envejecer, oh, envejecer...)
Resulta difícil amar Amor. Ver una película de Haneke no es una experiencia agradable:
aunque muchos se deleiten del lenguaje cinematográfico del director austriaco,
ningún espectador sale indemne del universo de tensión que permea sus obras.
Por lo general, Haneke nos muestra la brutalidad de
manera directa y prefiere enfocarse en el sufrimiento de las víctimas. Pone al
espectador en una situación incómoda de testigo directo de eventos brutales que
lo llevan a presenciar impotentemente dramas ineluctables, a la manera de una
tragedia griega. En este aspecto, Amor
no es tan diferente de sus obras anteriores. Es una película universal, feliz y
trágica, horrible y bella como la vida misma.
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