lunes, 3 de diciembre de 2012

El gran Amor


Emmanuelle Riva


Jean-Louis Trintignant


                                                                             
□ Dos años después de El listón blanco, el cineasta austriaco Michael Haneke fue otra vez galardonado con la Palma de Oro por la cinta Amor, que narra la relación de una pareja al final de su vida.   

Cuando pensamos en historias universales de amor, nos vienen a la mente los clásicos de la literatura mundial: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Las amistades peligrosas, Orgullo y prejuicio, Cumbres borrascosas, Ana Karenina, Rojo y negro, El gran Gatsby, El amor en los tiempos del cólera, El amante y La insoportable levedad del ser, entre muchas otras. No es sorprendente ver que todas estas obras han sido llevadas una y otra vez a la pantalla grande. Joe Wright dirigió a Keira Knightley en Ana Karenina, la cual estará pronto en cartelera. Asimismo, Baz Luhrmann, el director de Moulin rouge y  Romeo+Julieta, estrenará su adaptación del libro de Francis Scott Fitzgerald en 2013, con Leonardo Di Caprio en el papel de Gatsby, veintiocho años después de la versión con Robert Redford y Mia Farrow.  
   
Todas estas ficciones exponen una concepción romántica del amor, muchas veces son historias desgarradoras y trágicas que, por lo general, terminan de forma dramática, con la imposibilidad de vivir el amor, la separación de los amantes o la muerte prematura de uno de ellos. Desde Lo que el viento se llevó y Casablanca hasta Titanic y Los puentes de Madison, el séptimo arte rara vez se ha alejado de los estandartes del drama romántico. Seamos honestos: este tipo de historias de amor difícilmente ocurren en la vida real. Si bien la pasión del principio de las relaciones se puede parecer a lo que los autores nos describen en sus obras, ésta suele transformarse en otra cosa con el paso de los años. ¿Y si esta otra cosa fuese el verdadero amor?

Conociendo la propensión de Haneke a provocar y torturar de cierta forma a sus espectadores, podíamos esperar que el título de su última obra fuese una pérfida antífrasis. No es el caso: Amor es una autentica película de amor. Obviamente el amor a los 80 años no es el mismo que a los 20, pero sigue siendo amor, y quizá sea el grado último de éste, ya que queda libre de toda envoltura romántica: sólo permanece la vida compartida por dos seres. La historia de la cinta es finalmente la que nos espera a casi todos: envejecer con alguien que amamos, enfrentar juntos la vejez, la enfermedad y la muerte. ¿Cómo amamos después de décadas de vida común, cuando el decaimiento físico y psíquico afecta a uno de los viejos amantes?

Aunque el tema fuese universal, pocas veces el séptimo arte se ha interesado en el amor durante el ocaso de la vida. Evidentemente, los maestros del cine brindaron obras inolvidables sobre la muerte: Las invasiones bárbaras de Arcand, Vivir de Kurosawa y Fresas salvajes de Bergman, pero en éstas el amor no es el tema medular de la obra. Solamente recuerdo dos películas recientes que abordaban las relaciones amorosas de personas mayores: Iris, que cuenta la historia real de la novelista británica Iris Murdoch (interpretada por Kate Winslet en su juventud y por Judi Dench en su vejez) y su relación con John Bayley, hasta que la enfermedad de Alzheimer devasta la mente de la novelista. Lejos de ella, de Sarah Polley, tiene un tema similar y ofreció a la hermosa Julie Christie (Doctor Zhivago) un papel sobresaliente a sus 66 años.  

La Palma de Oro que obtuvo Haneke por El listón blanco representó la consagración de un gran cineasta, su segunda debe muchísimo a las actuaciones de Emmanuelle Riva (85 años) y Jean-Louis Trintignant (81 años). Riva se volvió famosa hace 53 años con su papel en Hiroshima mi amor, de Alain Resnais y ha tenido una carrera discreta en las siguientes décadas. Haneke confesó que escribió el papel de Georges para Jean-Louis Trintignant (Un hombre y una mujer, Z, Mi noche con Maud, Rojo), quien no había estado frente a una cámara desde hace 10 años. Haneke supo convencer a dos inmensos actores, que conmueven por su forma de luchar para conservar la dignidad humana. Durante la prueba final de su amor, la pareja vuelve a ser una sola celda indivisible y autárquica, que vive entre cuatro paredes y excluye a los demás.        
  
Dos espectadores, un hombre y una mujer de unos 80 años, sentados el uno al lado del otro en sus asientos rojos, visiblemente felices: es la segunda escena del filme. La pareja asiste a un concierto pero bien podría estar en una sala de cine. Un efecto de espejo opera con los espectadores: ellos son nosotros. Casi tendríamos miedo de identificarnos con personajes de Haneke, especialista en revelar la barbarie y la monstruosidad escondida en cada uno de ellos: los adolescentes de Funny games, Daniel Auteuil en El observador oculto, Isabelle Huppert en La pianista y los aldeanos de El listón blanco. Sin embargo, el director austriaco parece haber cerrado su largo ciclo sobre la maldad humana. Amor describe las difíciles etapas de la senectud, un poco como la cantaba Jacques Brel en su canción Vieillir: Mourir, cela n'est rien, mourir, la belle affaire, mais vieillir, oh vieillir... (Morir, no es nada, morir, qué importa, pero envejecer, oh, envejecer...) 

Resulta difícil amar Amor. Ver una película de Haneke no es una experiencia agradable: aunque muchos se deleiten del lenguaje cinematográfico del director austriaco, ningún espectador sale indemne del universo de tensión que permea sus obras. Por lo general, Haneke nos muestra la brutalidad de manera directa y prefiere enfocarse en el sufrimiento de las víctimas. Pone al espectador en una situación incómoda de testigo directo de eventos brutales que lo llevan a presenciar impotentemente dramas ineluctables, a la manera de una tragedia griega. En este aspecto, Amor no es tan diferente de sus obras anteriores. Es una película universal, feliz y trágica, horrible y bella como la vida misma.